15 de enero de 2009.
Un Airbus A320 despega del aeropuerto neoyorquino de LaGuardia con destino a Charlotte, Carolina del Norte.
Minutos después, unos gansos chocan contra el avión.
Pilotos y controladores aéreos intentan encontrar un sitio donde aterrizar. Pero es demasiado tarde: el avión ha perdido los dos motores.
En un vuelo silencioso, el piloto alinea el aparato con el río Hudson.
A la derecha, el skyline de Manhattan.
A la izquierda, New Jersey.
Abajo, el agua.
Dentro del avión viajan 150 pasajeros.
El piloto del avión se dirige a ellos con un escueto “prepárense para el impacto” y la gente empieza a rezar.
En el último momento, realiza una maniobra que consigue levantar el morro del avión unos metros y este ameriza con un fuerte golpe sin daños graves en el fuselaje.
El agua helada del río empieza a anegarlo todo.
Pero rápidamente se abren las salidas de emergencia y empiezan a salir los supervivientes.
150 supervivientes.
En el milagro del río Hudson no hubo víctimas.
Años más tarde, Ric Elias (que viajaba en ese avión) contaba en una charla TED cómo esa experiencia le cambió la vida.
Según él, ese día no sintió miedo sino tristeza.
Por las cosas que no había hecho.
Por haber perdido el tiempo.
Por sus dos hijos.
Porque dejar algo para mañana es dejarlo al azar: estamos aquí de paso pero no sabemos por cuánto tiempo.
Aunque vivamos sin pensar en ello.
Te cuento esto porque el testimonio me impresionó.
Y cuando algo me llama la atención o me gusta, lo que hago es compartirlo en estos emails 🙂
Dicho esto…
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¡Nos leemos la semana que viene!
Daniel
LA TIENDA DEL ROLLO
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